Los poetas malditosPaul VerlaineI. Tristan Corbière
II. Arthur Rimbaud III. Stéphane Mallarmé IV. Marceline Desbordes-Valmore V. Villiers de l'Isle Adam VI. ¡Pobre Lelian!
0 Comentarios
Empezó como poeta. Admiraba la literatura expresionista alemana (aprendió francés por obligación y alemán por algo que podríamos llamar amor, y lo aprendió sin maestros, solo, como se aprenden las cosas importantes), pero posiblemente nunca leyó a Hans Henny Jahn. En las fotos de los años veinte podemos verlo con un gesto envarado y triste, un joven cuyo cuerpo casi sin aristas parece tender hacia la redondez, hacia la suavidad. Practicó la costumbre de la amistad y fue fiel, sus primeros amigos, en Suiza y en Mallorca, pervivieron en su memoria con el fervor de la adolescencia o de la memoria sin culpa de la adolescencia. Y tuvo suerte: frecuentó a Cansinos-Assens y descubrió, para siempre, una visión inédita de España. Pero volvió a su país y encontró la posibilidad de un destino. Un destino soñado por él mismo en un país soñado por él mismo. En las inmensidades americanas imaginó el valor y su sombra, la soledad inmaculada de los valientes, el día que se ajusta a la vida como un guante. Y volvió a tener suerte: conoció a Macedonio Fernández y a Ricardo Güiraldes y a Xul Solar, que valían más que la mayoría de los intelectuales españoles que había frecuentado, o eso pensaba él, y pocas veces se equivocó. Su hermana, sin embargo, se casó con un poeta español. Eran los años del Imperio argentino, cuando todo parecía al alcance de la mano y Buenos Aires podía autodenominarse la Chicago del hemisferio sur sin enrojecer acto seguido de vergüenza. Y la Chicago del hemisferio sur tuvo su Carl Sandburg (poeta, por cierto, que él admiró), y se llamó Roberto Arlt. El tiempo los ha juntado y los ha vuelto a separar para siempre. Pero entonces uno de los dos se sumergió en el vértigo y el otro en la búsqueda de la palabra. Del vértigo de Arlt nació la utopía en su estado más demencial: una historia de pistoleros tristes que prefiguraba, del mismo modo que Abaddón el extermínador, de Sabato, el horror que mucho tiempo después se cerniría sobre la república y sobre el continente. De la búsqueda de la palabra, por el contrario, surgió la paciencia y una modesta certidumbre en la felicidad de la literatura. Boedo y Florida fueron los nombres de ambos grupos, el primero designa un barrio popular, el segundo una calle céntrica, y hoy ambos nombres marchan juntos hacia el olvido. Arlt, Gombrowicz (aquella cena que nadie recuerda); pudo haber sido amigo de ellos y no lo fue. De ese diálogo inexistente hoy queda un gran hueco que también es parte de nuestra literatura. Por supuesto, Arlt murió joven, después de una vida agitada y llena de privaciones. Y fue básicamente un prosista. El no. El era poeta, y muy bueno, y escribía ensayos, y sólo bien entrado en la treintena se puso a escribir narraciones. Hay quien dice que lo hizo ante la imposibilidad de convertirse en el poeta más grande de la lengua española. Estaba Neruda, a quien nunca quiso, y la sombra de Vallejo, cuya lectura no frecuentó. Estaba Huidobro, que fue amigo y luego enemigo de su triste e inevitable cuñado español, y Oliverio Girondo, a quien siempre consideró superficial, y luego venía García Lorca, de quien dijo que era un andaluz profesional, y Juan Ramón, de quien se reía, y Cernuda, al que apenas prestó atención. En realidad, sólo estaba Neruda. Estaba Whitman, estaba Neruda y estaba la épica. Aquello que él creía amar, aquello que más amaba. Y entonces se puso a escribir una historia en donde la épica sólo es el reverso de la miseria, en donde la ironía y el humor y unos pocos y esforzados seres humanos a la deriva ocupan el lugar que antes ocupara la épica. El libro es deudor de los Retratos reales e imaginarios, que escribiera su amigo y maestro Alfonso Reyes, y a través del libro del mexicano, de las Vidas imaginarias, de Schwob, a quien ambos querían.
Enfermedad y conferencia
Nadie debe extrañarse de que el conferenciante se ande por las ramas. Pongamos el siguiente caso. El conferenciante va a hablar sobre la enfermedad. El teatro se llena con diez personas. Hay una expectación entre los espectadores digna, sin duda, de mejor causa. La conferencia empieza a las siete de la tarde o a las ocho de la noche. Nadie del público ha cenado. Cuando dan las siete (o las ocho, o las nueve) ya están todos allí, sentados en sus asientos, los teléfonos móviles apagados. Da gusto hablar ante personas tan educadas. Sin embargo el conferenciante no aparece y finalmente uno de los organizadores del evento anuncia que no podrá venir debido a que, a última hora, se ha puesto gravemente enfermo. Lo primero que leí de él fue un cuento absolutamente original, El caso Berciani, publicado en la antología Buenos Aires, de Juan Forn, Anagrama, 1992. En dicho libro, compuesto por textos de escritores tan relevantes como Piglia, Aira, Saccomanno o Fresán, el cuento del señor Pauls sobresalía por diversos motivos, el más notable de los cuales era una anomalía: había algo en El caso Berciani que sugería un rizo espacio-temporal no sólo en el argumento, que por otra parte no iba de eso, es decir, no era de ciencia-ficción ni nada parecido, sino en el encadenamiento de los hechos narrados, en la feroz entropía apenas entrevista, en la disposición de los párrafos y de las oraciones.
Nunca tuve un mecenas. Nunca nadie me conectó con nadie para hacerme beneficiario de una beca. Nunca ningún gobierno ni ninguna institución me ofreció dinero, ni ningún caballero elegante se sacó la chequera delante mío, ni ninguna señora trémula (de pasión por la literatura) me invitó a tomar el té y se comprometió a pagarme una comida diaria. Pero con el tiempo he conocido, personalmente o a través de lecturas, a muchos mecenas.
"Lo demás de las casas todo era madera y paja o terrados, porque teja, ladrillo ni cal no vemos reliquia dello." Pedro Cieza de León Del techo pajizo a los tejados
Viajando en avión podemos ver de un solo golpe techos grises de paja, tejados de barro cocido y casitas de teja metálica. Representan los tres tipos de cultura que se han turnado cronológicamente en el país. Si hay algo que le dé o imprima carácter, que "caracterice" a una arquitectura, es la manera de cubrir los edificios. Toda la personalidad de las construcciones españolas está en las tejas, la de los bohíos o ranchos en los techos de paja. En la época precolombina, así entre los chibchas como en la selva amazónica que poblaban omaguas y huitotos, ticunas y jíbaros, por toda la extensión del continente, casi siempre las casas se protegían por una cubierta vegetal. Las terrazas de los palacios, los techos de piedra eran la excepción. Entre los incas, los grandes edificios de piedra del Cuzco tenían techo de paja, como entre los mayas y aztecas. No digamos nada de las chozas comunes que servían de vivienda a los del pueblo. Es necesario salirse del mapa social de entonces, caer en tribus de una vida primitiva, para dar con las habitaciones de pieles que usaban algunos nómadas, o con las de bloques de piedra o hielo de los esquimales. Pero entre la América culta precolombina el techo de paja es la nota distintiva. ¿Por qué la predilección por el ensayo —como género literario— en nuestra América? Ensayos se han escrito entre nosotros desde los primeros encuentros del blanco con el indio, en pleno siglo xvi, unos cuantos años antes de que naciera Montaigne. Sorprende, a primera vista, esta anticipación, cuando hay otros géneros literarios que sólo aparecen en América tardíamente. La novela comienza con Fernández de Lizardi entre 1816 y 1830, doscientos años después de las Novelas ejemplares de Cervantes, y pasados tres siglos de que Bartolomé de las Casas escribiera su famoso ensayo en defensa de los indios. Lo mismo ocurre con la biografía. Durante la conquista surgieron algunas de las figuras más sobresalientes que haya conocido en su historia el pueblo español: Balboa, Cortés, los Pizarros, Jiménez de Quesada, Valdivia, Lope de Aguirre... Y no se escribió una sola biografía. Fue uno de esos casos, que luego se repiten en nuestros procesos literarios, en que el paisaje, la selva, la aventura multitudinaria se devora al personaje. No pocos de los famosos cronistas habían leído las Vidas de Plutarco, pero antes que concentrarse en un solo hombre preferían hacer la historia de la conquista de la Nueva España, o la de todas las Indias Occidentales. Ercilla, al componer el primer poema de la épica española, puso a un lado al héroe singular y tomó la guerra contra los araucanos como materia colectiva de sus octavas reales. Pero si la exploración como aventura y la guerra como historia tentaban al escritor, no le tentaba menos el afrontar los problemas intelectuales que planteaban los descubrimientos. Vespucci y Colón ya discuten los temas de la geografía tradicional y algunos de los problemas más apasionantes del hombre y los climas, y escriben verdaderos ensayos que producen polémicas en Europa.
Las revoluciones actuales en biología y computación, y sus implicaciones para la ética y la política, plantean una serie de nuevas preguntas para las cuales las artes, las disciplinas humanísticas tradicionales y los modos de racionalidad de la Ilustración pueden parecer mal preparados. Mitchell cuestiona la noción de la era post-humana y las formas en que consideramos la muerte como un problema cada vez más resuelto por la ingeniería y adjudicado por los abogados. Mitchell mira películas como Jurassic Park, The Matrix y Blade Runner para explorar algunas de estas ideas y discursos.
I
Las ideas se tienen; en las creencias se está. -"Pensar en las cosas" y "contar con ellas". Cuando se quiere entender a un hombre, la vida de un hombre, procuramos ante todo averiguar cuáles son sus ideas. Desde que el europeo cree tener "sentido histórico", es ésta la exigencia más elemental. ¿Cómo no van a influir en la existencia de una persona sus ideas y las ideas de su tiempo? La cosa es obvia. Perfectamente; pero la cosa es también bastante equívoca, y, a mi juicio, la insuficiente claridad sobre lo que se busca cuando se inquieren las ideas de un hombre —o de una época— impide que se obtenga claridad sobre su vida, sobre su historia. ¿Qué es la investigación artística hoy? En la actualidad, nadie parece saber la respuesta a esta pregunta. Se trata la investigación artística como una de esas múltiples prácticas que se definen por su indefinición, en un estado de fluctuación permanente, carentes de coherencia e identidad. Pero, ¿y si esta concepción fuera de hecho engañosa? ¿Y si en realidad supiéramos más sobre la investigación artística de lo que pensamos? Para analizar esta proposición, echemos primero un vistazo a los debates actuales en torno a esta práctica. Parece como si una de sus principales preocupaciones fuera la transformación de la investigación artística en una disciplina académica. Hay discusiones sobre curriculum, títulos, método, aplicación práctica, pedagogía. También hay, por otro lado, importantes críticas a este enfoque. Tratan la institucionalización de la investigación artística como un agente cómplice de los nuevos modos de producción dentro del capitalismo cognitivo: educación mercificada, industrias creativas y afectivas, estética administrativa, etc. Ambas perspectivas coinciden en un punto: la investigación artística en la actualidad se está constituyendo como una disciplina más o menos normativa y académica.
Tratado sobre la tolerancia
Con ocasión de la muerte de Jean Calas Por Voltaire CAPÍTULO PRIMERO Historia resumida de la muerte de Jean Calas. El asesinato de Calas, cometido en Toulouse con la espada de la justicia, el 9 de marzo de 1762, es uno de los acontecimientos más singulares que merecen la atención de nuestra época y de la posteridad. Se olvida con facilidad aquella multitud de muertos que perecieron en batallas sin cuento, no sólo porque es fatalidad inevitable de la guerra, sino porque los que mueren por la suerte de las armas podían también dar muerte a sus enemigos y no caían sin defenderse. Allí donde el peligro y la ventaja son iguales, cesa el asombro e incluso la misma compasión se debilita; pero si un padre de familia inocente es puesto en manos del error, o de la pasión, o del fanatismo; si el acusado no tiene más defensa que su virtud; si los árbitros de su vida no corren otro riesgo al degollarlo que el de equivocarse; si pueden matar impunemente con una sentencia, entonces se levanta el clamor público, cada uno teme por sí mismo, se ve que nadie tiene seguridad de su vida ante un tribunal creado para velar por la vida de los ciudadanos y todas las voces se unen para pedir venganza. |