"Lo demás de las casas todo era madera y paja o terrados, porque teja, ladrillo ni cal no vemos reliquia dello." Pedro Cieza de León Del techo pajizo a los tejados
Viajando en avión podemos ver de un solo golpe techos grises de paja, tejados de barro cocido y casitas de teja metálica. Representan los tres tipos de cultura que se han turnado cronológicamente en el país. Si hay algo que le dé o imprima carácter, que "caracterice" a una arquitectura, es la manera de cubrir los edificios. Toda la personalidad de las construcciones españolas está en las tejas, la de los bohíos o ranchos en los techos de paja. En la época precolombina, así entre los chibchas como en la selva amazónica que poblaban omaguas y huitotos, ticunas y jíbaros, por toda la extensión del continente, casi siempre las casas se protegían por una cubierta vegetal. Las terrazas de los palacios, los techos de piedra eran la excepción. Entre los incas, los grandes edificios de piedra del Cuzco tenían techo de paja, como entre los mayas y aztecas. No digamos nada de las chozas comunes que servían de vivienda a los del pueblo. Es necesario salirse del mapa social de entonces, caer en tribus de una vida primitiva, para dar con las habitaciones de pieles que usaban algunos nómadas, o con las de bloques de piedra o hielo de los esquimales. Pero entre la América culta precolombina el techo de paja es la nota distintiva.
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¿Por qué la predilección por el ensayo —como género literario— en nuestra América? Ensayos se han escrito entre nosotros desde los primeros encuentros del blanco con el indio, en pleno siglo xvi, unos cuantos años antes de que naciera Montaigne. Sorprende, a primera vista, esta anticipación, cuando hay otros géneros literarios que sólo aparecen en América tardíamente. La novela comienza con Fernández de Lizardi entre 1816 y 1830, doscientos años después de las Novelas ejemplares de Cervantes, y pasados tres siglos de que Bartolomé de las Casas escribiera su famoso ensayo en defensa de los indios. Lo mismo ocurre con la biografía. Durante la conquista surgieron algunas de las figuras más sobresalientes que haya conocido en su historia el pueblo español: Balboa, Cortés, los Pizarros, Jiménez de Quesada, Valdivia, Lope de Aguirre... Y no se escribió una sola biografía. Fue uno de esos casos, que luego se repiten en nuestros procesos literarios, en que el paisaje, la selva, la aventura multitudinaria se devora al personaje. No pocos de los famosos cronistas habían leído las Vidas de Plutarco, pero antes que concentrarse en un solo hombre preferían hacer la historia de la conquista de la Nueva España, o la de todas las Indias Occidentales. Ercilla, al componer el primer poema de la épica española, puso a un lado al héroe singular y tomó la guerra contra los araucanos como materia colectiva de sus octavas reales. Pero si la exploración como aventura y la guerra como historia tentaban al escritor, no le tentaba menos el afrontar los problemas intelectuales que planteaban los descubrimientos. Vespucci y Colón ya discuten los temas de la geografía tradicional y algunos de los problemas más apasionantes del hombre y los climas, y escriben verdaderos ensayos que producen polémicas en Europa.
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