Incesante a mi vera se agita el Demonio;
Flota alrededor mío como un aire impalpable; Lo aspiro y lo siento que quema mis pulmones Y los llena de un deseo eterno y culpable.
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(Dibujo de un maestro desconocido) En medio de los frascos, de las telas recamadas
Y de los muebles voluptuosos, Mármoles, cuadros, ropas perfumadas Se arrastran en pliegues suntuosos, Como bestias meditabundas sobre la arena tumbadas,
Ellas vuelven sus miradas hacia el horizonte del mar, Y sus pies se buscan y sus manos entrelazadas Tienen suaves languideces y escalofríos amargos. La Licencia y la Muerte son dos gentiles rameras,
Pródigas de besos y ricas en salud, Cuyo vientre siempre virgen y cubierto de andrajos En la incesante labor jamás ha procreado. Me parece a veces que mi sangre corre a raudales,
Cual una fuente con rítmicos sollozos. La escucho bien que corre con un prolongado murmullo, Pero, me palpo en vano para encontrar la herida. Es una mujer hermosa y de rica prestancia,
Que deja en el vino arrastrar su cabellera. Las zarpas del amor, los venenos del garito, Todo se desliza y embota en el granito de su piel. En las tierras cenicientas, calcinadas, sin verdor,
Como yo me lamentara un día a la Natura, Mientras mi pensamiento vagaba al azar, Agucé lentamente sobre mi corazón el puñal, Y vi en pleno mediodía descender sobre mi cabeza La nube fúnebre y pesada de una tempestad, Que llevaba un tropel de demonios viciosos, Parecidos a enanos crueles y curiosos. A considerarme fríamente se pusieron Y, como viandantes sobre un loco que admiran, Los escuché reír y cuchichear entre ellos, Cambiando muchas señas y guiñadas. Mi corazón, como un pájaro, voltigeaba gozoso
Y planeaba libremente alrededor de las jarcias; El navío rolaba bajo un cielo sin nubes, Cual un ángel embriagado de un sol radiante. (Vieja viñeta) Cupido está sentado sobre el cráneo
De la Humanidad, Y sobre este trono el profano, Con risa desvergonzada, |