Estuvo aquí. Ninguno (y él menos que ninguno)
supo quién era, cómo, por qué, adónde. Decía las palabras que los otros entienden —las suyas no llegó a escucharlas nunca -; se escondía en el lugar en que los otros buscan, en su casa, en su cuerpo, en sus edades, y sin embargo ausente siempre y mudo.
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Algunos lo ignoraban.
Creían que la tierra era aún habitable. No miraron la grieta que el sismo abrió; no estaban cuando el cáncer aparecía en el rostro espantado de un hombre.
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
Este cabello triste que se cae Cuando te estás peinando ante el espejo. Esos túneles largos Que se atraviesan con jadeo y asfixia; Las paredes sin ojos, El hueco que resuena De alguna voz oculta y sin sentido.
Hay cierta raza de hombres
(ahora ya conozco a mis hermanos) que llevan en el pecho como un agua desnuda temblando. Que tienen manos torpes y todo se les quiebra entre las manos; que no quieren mirar para no herir y levantan sus actos como una estatua de ángel amoroso y repentinamente degollado. Raza de la ternura funesta, de Abel resucitado.
—Cuando decimos «yo»
nos atamos al cuello una vocal redonda, una cuerda de ahorcar; nos taladramos la nariz con un aro como el que rige al buey; nos ceñimos grillete de prisionero.
Me ve como desde un siglo remoto,
como desde un estrato geológico distinto. Del idioma que algunos atesoran le dieron de limosna una palabra para pedir su pan y otra para dar gracias. Ninguna para el diálogo.
¿Por qué decir nombres de dioses, astros
espumas de un océano invisible, polen de los jardines más remotos? Si nos duele la vida, si cada día llega desgarrando la entraña, si cada noche cae convulsa, asesinada. Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre al que no conocemos, pero está presente a todas horas y es la víctima y el enemigo y el amor y todo lo que nos falta para ser enteros. Nunca digas que es tuya la tiniebla, no te bebas de un sorbo la alegría. Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro. Lo que él respira es lo que a ti te asfixia, lo que come es tu hambre. Muere con la mitad más pura de tu muerte.
Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo este rompecabezas sin sentido.
Es necesario, a veces, encontrar compañía.
Amigo, no es posible ni nacer ni morir sino con otro. Es bueno que la amistad le quite al trabajo esa cara de castigo y a la alegría ese aire ilícito de robo. ¿Cómo podrás estar solo a la hora completa, en que las cosas y tú hablan y hablan, hasta el amanecer?
¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye? ¿Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas incendiadas, para alcanzar el fin? |