Harold llamó a la puerta del apartamento.
Nelson estaba sentado a la mesa de la cocina comiendo un trozo de tarta de queso y bebiendo una taza de café expreso. -¿Sí? -preguntó Nelson. Los golpes a la puerta le ponían nervioso. Y cuando se ponía nervioso desarrollaba un tic en la cabeza. Su cabeza empezaba a hacer reverencias. -¿Quién es? -Nelson, soy Harold. -Ah, un momento.
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Edna bajaba por la calle con su bolsa de la compra, cuando pasó a la altura del automóvil. Había algo escrito en la ventanilla lateral: SE BUSCA UNA MUJER. Se paró. Era un cartón pegado a la ventanilla, con alguna especie de anuncio. En su mayor parte estaba escrito a máquina. Edna no podía leerlo desde el lugar de la acera en que se encontraba. Solo podía ver las letras grandes:
No estoy muy seguro del lugar. Algún sitio al Noroeste de California. Hemingway acababa de terminar una novela, había llegado de Europa o de no sé dónde, y ahora estaba en el ring pegándose con un tipo. Había periodistas, críticos, escritores -bueno, toda esa tribu- y también algunas jóvenes damas sentadas entre las filas de butacas. Me senté en la última fila. La mayor parte de la gente no estaba mirando a Hem. Sólo hablaban entre sí y se reían.
Peste, s. (del latín pestis, plaga, peste; de donde pestilente, pestífero; la misma raíz que perdo, destruir [PERDICIÓN].) Una plaga, pestilencia o enfermedad epidémica y mortífera; toda cosa nociva, maligna o destructiva; persona destructiva y maligna.
La peste es, en cierto modo, un ser muy superior a nosotros: sabe dónde encontrarnos y cómo hacerlo… normalmente en el baño o en plena relación sexual, o dormidos. hace muy bien también lo de cazarte en el cagadero a media cagada. si ella está a la puerta, puedes gritar: «¡por Dios, espera un momento, no fastidies, ahora mismo salgo!». pero el sonido de una dolorida voz humana no hace más que alentar a la peste: su llamada, su campanilleo, se hace más animado. la peste suele llamar y campanillear. has de dejarla entrar. y cuando se va (al fin), estás enfermo una semana. la peste no solo te mea el alma… hace también magníficamente lo de dejarte su agua amarillenta en la tapa del inodoro. deja apenas lo suficiente para que se vea; no sabes que está allí hasta que te sientas y es demasiado tarde. |
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